jueves, 18 de agosto de 2016

VIAJE A LOS BALCANES 3: SPLIT Y ZADAR (CROACIA)

Si hay un país que podría tener muchas papeletas para ser un paraíso en la Tierra, ese es Croacia. En este viaje era la segunda vez que entraba en el país, después de que hace dos años visitase Dubrovnik y la costa sur de Croacia, incluída una excursión a la isla de Korčula donde supuestamente está la casa natal de Marco Polo, aunque la fama se la lleve Venecia.

La primera etapa en nuestro periplo croata era llegar a Split. La segunda ciudad del país es una ciudad completamente mediterránea a la que llegan cientos de barcos desde las costas de Italia o desde otros puntos de Croacia. Y es conocida mundialmente por el Palacio de Diocleciano que ocupa nada más y nada menos que todo el casco histórico de la ciudad y por ser la ciudad del equipo de baloncesto más famoso que tenía Yugoslavia y que sigue existiendo, la "Jugoplastika, sin rival en las competiciones europeas.

Llegamos un poco tarde después de recorrer las retorcidas carreteras bosnias y pasar la frontera, aunque la red de carreteras en Croacia es bastante mejor y equiparable a Europa, sobre todo la autopista que recorre la costa de norte a sur y que continúa hasta Zagreb y la frontera con Serbia por el norte del país. Al llegar, la temperatura ya marcaba 301 y era necesario cambiar moneda. Decir que hemos recorrido 4 países y cada uno con su moneda propia, lo que los cálculos de cambio nos volvían un poco locos porque, aunque usas tarjetas de crédito, hay cosas que tienes que comprar en efectivo (una botella de agua, un pequeño recuerdo...). La moneda croata es el (¿o la?) "kuna", siendo 1 euro 7,35 kunas aproximadamente.

Croacia pertenece a la Unión Europea desde julio de 2013. La verdad es que se nota, y más en una ciudad como Split. Su paseo marítimo está muy cuidado y con restaurantes bien montados y modernos. Su precio, evidentemente, equiparable al de cualquier ciudad turística europea. Comimos en uno de ellos y ya empezamos a notar que los precios subían y que deberíamos controlar más el dinero: al cambio, por tres platos simples y una cervezas, 59 euros. Veíamos además un ir y venir de turistas con maletas, ya que muchos alojamientos están en el casco histórico y no se puede acceder con coches. 

Una vez comimos, allá nos vamos, al Palacio, que ocupa como os he dicho TODO el centro histórico, ya que conserva el trazado original al cual se fueron adaptando las construcciones posteriores. Sus cuatro puertas de acceso, de norte a sur unidas por el decumano y de este a oeste por el cardo, te transportan de repente a la antigua Roma. El centro del palacio, el peristilo, es el lugar donde se paran los turistas a hacer la obligada foto, ya que es lo que mejor se conserva y era el patio que daba la entrada a las dependencias imperiales.



Se conservan muchas partes del palacio romano, pero se han agregado dentro de sus muros muchas otras construcciones góticas, venecianas, barrocas y neoclásicas, lo que convierte a todo el recinto en una amalgama un tanto caótica de estilos en todos los edificios de cierta importancia. Como teníamos que continuar viaje, la visita fue muy rápida y además, todas las calles estaban repletas de turistas, por lo que me resultó bastante agobiante. No voy a decir que no merezca la pena, que sí, pero un recinto como este tan masificado no sé yo si a la larga pasará factura a estas ciudades, sobre todo si disparan los precios en alojamiento y restauración.

Continuamos a Zadar por la autopista. La verdad es que era un lujo, cómoda, barata y, por cierto, con una velocidad máxima de 130 km/h. Llegamos poco antes de las 7 de la tarde y en pocos minutos llegamos al apartamento que habíamos reservado, conociendo a Kruno, su dueño, que fue muy cordial y amable con nosotros, llevándonos al parking donde dejaríamos el coche y trayéndonos luego de vuelta al apartamento. Lo de guardar el coche en el párking era una medida de precaución, dado que recordareis que llevábamos un coche con matrícula serbia y según nos comentó el empleado de la empresa de alquiler, los croatas y eslovenos tienen como "trofeo de guerra" conseguir las placas de matrícula de los coches serbios. Kruno también nos lo confirmó diciéndonos literalmente que "el 90% de la población nos llevamos bien con los serbios, pero hay un 10% que no y mejor prevenir".

El apartamento estaba a la entrada del casco histórico de la ciudad. Zadar también fue romana y su centro neurálgico es el foro, con la actual catedral y la curiosa iglesia de San Donato. También estaba repleta de gente, es una ciudad más pequeña pero con un paseo al lado del mar espectacular, lo que hace que no sientas tanto agobio como en Split. Pero Zadar hoy en día es más conocida por tener un curioso atractivo: el órgano de mar. Un proyecto innovador que, en un graderío pegado al mar, han aprovechado el movimiento de las olas del mar para construir y meter desde al agua unos tubos de órgano que suenan en la superficie. La verdad es que oir esos sonidos es bastante original, pero también hay que decir que más de 10 minutos oyendo los mismos tonos y acordes llegan a cansar un poco; de todas formas no se puede negar que original es.

Dos días en Zadar dieron para descansar ya que no salíamos del casco antiguo y nos esperaba el día de partida una visita espectacular que os contaré en la siguiente etapa. Aprovechamos para ir a bañarnos al Adriático, teniendo en cuenta que en Croacia no hay playas como las de aquí, ya que la configuración geológica del país hace que la costa sea toda rocosa, lo cual se agradece porque puedes zambullirte sin miedo y no tocas fondo. Así que caminando un poco saliendo del casco antiguo pudimos bañarnos y disfrutar de una relajante tarde de playa. 

Pero lo más bonito de la ciudad ocurría cuando se pone el sol. El atardecer en Zadar está considerado como uno de los más hermosos del mundo. Incluso Hitchcock lo alabó y en Zadar lo recuerdan con sus palabras en un mural cercano a la "Riva", el paseo marítimo que en torno a las 8 de la tarde comienza a llenarse de gente para ver el espectáculo. Mientras había un pequeño campeonato de waterpolo en las mismas aguas del mar y amparados por un espigón en mitad del paseo, nos pusimos a ver como el sol descendía y reflejaba sus rayos sobre el mar mientras oscurecía. De lejos se oían las notas del órgano marítimo y ese fue uno de los momentos más bonitos del viaje. Cientos de personas con sus cámaras sacando fotos del espectáculo natural y que hoy estarán ya de fondo en muchos perfiles de redes sociales o de equipos informáticos.


A mí Zadar me encantó, más que Split. Es el típico pueblo o ciudad donde ir a pasar una semana a disfrutar del mar, del paseo, relajarte, muy familiar. La gastronomía, la amabilidad de sus habitantes, la sensación de estar viviendo el verano "de pueblo" como conocemos aquí solo la viví en Zadar, a pesar de estar también ya un poco masificado. Además, el apartamento estaba muy bien reformado, se notaba que era una antigua vivienda del período yugoslavo que su actual dueño restauró para dedicarlo al turismo y sacarle una rentabilidad. No tenía ninguna pega, quizás una cocina un tanto pequeña, pero para pasar unos días más que suficiente. Y en cuanto a precios, pues como Split, ya notabas que tanto la gastronomía como otros servicios aprovechan el tirón del turismo y eran elevados, pero bueno, se supone que eso es lo que hay que aguantar en lugares así.

La estancia terminó con la expectativa de la excursión del día siguiente, que ya nos había advertido pocas horas antes de salir que deberíamos llegar a su inicio para no tener aglomeraciones... ¡¡¡a las 8 de la mañana!!! Eso implicaba madrugar bastante porque había 133 km. de recorrido, así que el día siguiente nos planteamos levantarnos a las 6 y si llegábamos a las 9 pues malo sería. Hicimos bien y la próxima visita merece un post ella sola, así que... ¡a esperar un par de días!




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