De nuevo, el terror expresado en un crimen aborrecible, vuelve a poner a Galicia en las portadas de los periódicos. Si hace cerca de dos años pasamos semanas hablando del crimen de Asunta Basterra a manos de, presuntamente, sus padres, el último día de julio nos dejó unos titulares que estremecían a cualquiera. Brevemente: un padre degolla a sus hijas de 4 y 9 años para vengarse de su ex-mujer en Moraña (Pontevedra).
Llevamos dos días en shock. Moraña, un pequeño pueblo de interior, cercano a Padrón y que alguna vez visité, está estos días conmocionado. Dadas las características del suceso, la información de los detalles llega a cuentagotas, amparada además por el secreto del sumario. De entrada, cualquier crimen es reprobable; si a mayores las víctimas son niños, más; y si el asesino es uno de sus progenitores, ya poco queda qué decir. Las primeras informaciones hablaban de una situación de divorcio normal, con custodia compartida, sin denuncias previas de violencia de género; poco a poco se van conociendo cosas que podrían llegar a explicar (si es que existe explicación alguna a un hecho tan aborrecible) tomar una decisión así. Lo que convierte a estos casos en correveidiles de rumorología, de dimes y diretes acerca de los miembros de la frustrada pareja y lo que, al final de todo, acaba convirtiéndose en carnaza para programas de telebasura por los detalles escabrosos de la vida previa de ambos.
No quiero con este post (ni con ninguno de los que publico, vaya esto por delante) pronunciarme a favor o en contra de algo o de alguien, simplemente son reflexiones que hago en base a lo leído y a lo vivido y experimentado por mí, para que no quepa lugar a dudas han muerto dos niñas a manos de su padre de una forma brutal y eso no tiene justificación. Sin embargo, las circunstancias que rodean a este terrible crimen son merecedoras del guión más macabro de una serie del tipo "Mentes criminales" o "CSI" y de seguro engrosarán la lista de la España negra.
Una pareja se casa, tiene dos hijas y viven en Moraña. Hasta ahí todo normal. Un buen día, el marido le dice a su mujer que quiere divorciarse porque se ha enamorado de un hombre. Así lo hacen, entran en un régimen de custodia compartida con sus hijas y sigue viviendo en el pueblo, y parece ser que enfrente de la casa de su ex-suegra. Esta familia no acepta esa condición sexual del padre de las niñas y supongo que habría todo tipo de reproches e insultos hacia él. Desde luego, teniendo en cuenta cómo es Moraña y una situación de este tipo, la decisión del padre de quedarse a vivir allí, por muy abiertos que seamos de mente, no me parece acertada. Él hace su nueva vida con sus hijas, su nueva pareja masculina y cualquiera se puede imaginar los comentarios de vecinos, conocidos, familia... al verlos pasear por el pueblo, en las fiestas (como dice que estuvieron el día anterior al crimen), etc.
En la prensa local se dice que "no hay denuncias previas de violencia de género"; sin embargo, en otros periódicos nacionales sí se comenta que el parricida llegó incluso a agredir a su médica de cabecera hace unos meses y que su personalidad era dominante y altiva, narrando también un episodio de actitud agresiva a su ex-mujer a la que ella quitó importancia. En todo caso, si esto era así, ¿por qué se le permitía entonces estar con sus hijas? Si yo compruebo que mi ex pareja tiene indicios de maltrato público o agresividad a personas del entorno social, ¿le dejaría estar con mis hijos? Todos los seres humanos tenemos momentos de enfado, ira, nerviosismo... en determinadas situaciones, pero si hay denuncias registradas yo creo que la cosa ya cambia.
Continuemos. La vida se desarrolla, entonces, con cierta normalidad para las dos niñas; una quincena con su madre (no se dice si ésta tiene nueva pareja o no) y una quincena con su padre, con una pareja nueva. Viven los días de verano con las típicas fiestas, se les ve por el pueblo, etcétera. El día del crimen, ocurrido al parecer en torno a las 11 de la mañana, el padre salió con sus hijas también de su casa, volvieron, puso música a todo volumen (hecho por el que también había tenido un altercado meses atrás con la Guardia Civil denunciado por sus vecinos) y a las 11'30 h. la música cesó. En ese tiempo parece que llamó a su ex-mujer y fríamente le dice que va a matar a las niñas y a continuación suicidarse. Llama también a la Guardia Civil para comunicar su macabra decisión. Saltan todas las alarmas, la mujer se desmaya en la calle ante lo que acaba de oír, los efectivos de la Guardia Civil acuden rápidamente a la casa del padre pero ya se encuentran con la escena, atroz e indescriptible: las dos niñas degolladas y el padre encerrado en el cuarto de baño autolesionado. A él le salvan la vida, a las niñas imposible. Son las 12 del mediodía de un viernes de fin de julio en un pueblo que es sacudido por tan brutal noticia, con el agravante de que las niñas, al día siguiente, volvían con su madre.
A partir de aquí, los medios recogen el crimen haciendo ya sus primeros juicios y comparaciones con otros casos similares, pero lo que está de fondo es un tema de venganza, de odio. Pero a esa venganza, a ese odio se llega por algo. ¿Nadie notaba nada? ¿Las niñas no contaban a su madre algo que la hiciese sospechar que esto iba a ocurrir? Porque yo creo firmemente que ese padre atendía a sus hijas, las quería, él haría sus comidas, atendería su casa, se preocuparía por sus estudios... pero desde luego tuvo que ocurrir algún hecho, comentario concreto hacia él, comportamiento por parte de su ex-mujer o de su familia que le hiciese activar un resorte en su mente por el cual empezase a planear el crimen. ¿O es que salió de su casa a las 10 de la mañana con sus hijas y al regresar dijo "las voy a matar y me suicido"? No lo creo. Está claro que las situaciones de divorcio son traumáticas, que cada ruptura es un mundo y que no sólo se derrumba una pareja, sino todo su entorno más cercano, ambas familias, sus círculos sociales, etc. En declaraciones públicas de la alcaldesa del pueblo de Moraña, ella manifestaba entre lágrimas que era íntima de la madre de las niñas y de él también mientras estuvieron casados. Es decir, una situación dramática que tiene que tener una reflexión a nivel legal. Es evidente que no se puede impedir que una pareja se divorcie, pero que se necesitan una leyes justas y un acompañamiento en la gestión de esa situación por parte de profesionales, sobre todo en el caso de parejas en las que existen niños por medio. Porque del amor al odio, a la venganza, está visto que se pasa en minutos, por una mal gesto, una descalificación, una palabra mal dicha, un acto a traición.
Yo mismo he vivido un divorcio, por mi parte ya sabéis todos los que me leéis que no deseado. Para mí ha sido la experiencia más traumática a nivel emocional que he sufrido en mi vida. Tampoco he tenido las herramientas ni las estrategias mentales desarrolladas para gestionarlo adecuadamente, aparte del derrumbe psicológico no sólo mío sino también de mis hijos, de mi familia, pero también de la familia de mi ex-mujer y de ella misma, sin dudarlo. En definitiva, una situación difícil ante la que la ley simplemente hace eso, legislar, sin entrar a valorar estado psicológico, emocional, etc., sobre todo después de producirse el divorcio.
Puede que lo que voy a decir sea algo descabellado, pero ante casos como el aquí narrado cada vez lo veo más necesario. Debería existir la obligación, sobre todo cuando hay hijos, de un seguimiento de su nueva vida y en nuevas estructuras familiares después de un divorcio, no sé si debería articularse como entrevistas con los niños y sus progenitores cada x tiempo, hasta que un profesional vea que, pasado el tiempo, ya no es necesario porque la situación está asumida y asentada. Yo afirmo y confirmo que en mi caso la situación no está asentada y no voy a negar que no se deba a que yo he puesto lo necesario por mi parte, pero que desde luego las cosas deberían ser de otra manera en beneficio sobre todo de los hijos, tanto a nivel emocional, legal, económico y operativo, y para conseguir todo esto hace también falta una legislación más acorde con la sociedad actual de todas las leyes que tengan que ver con una ruptura: divorcio, custodia, régimen económico, etc.
No sé si llegaría para aplacar la venganza, el odio o las conductas agresivas que se originan hacia una ex-pareja con estas propuestas. El caso es que también en las aulas vemos casos que son atroces y que luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando pasan cosas así. No exagero si digo que el 25% de los niños que están en los colegios viven una situación de padres separados con una casuística que aumenta y se diversifica rápidamente y que hay que tratar específica e individualmente. Lo triste es que cada año en España mueren niños a manos de sus padres o de sus madres (que también matan o maltratan, guste o no asumirlo) porque sienten que las circunstancias de su ruptura llegan a anular la definición de sus roles como padres o madres y hacen surgir ese odio atávico y esa venganza de instinto primario. Es un acto irracional, sí, pero se trata de que se eviten. Casos como éste o como el de hace unos años de José Bretón, el de Asunta Basterra o el de una madre de Murcia que también mató a sus hijos hace unos años, tienen que hacer reflexionar y no condenar desde el pensamiento primario a los ejecutores de los crímenes. Tal vez yo sea muy ingenuo u optimista, pero me niego a creer que una padre o una madre no quieran a sus hijos; si llegan a ejecutar un crimen deleznable, con daño hecho aposta es, desde luego, por la situación traumática que han vivido con su pareja o ex-pareja, por algo atroz que debe ser tratado y que ha perjudicado su mente. Sé que no es comparable, pero cuando se llega a matar a un ser querido, los mecanismos que se activan en la mente tienen que ser analizados y tratados. Pongo, por ejemplo, los casos en que hay personas mayores, casadas, con una convivencia pacífica, y que ante el diagnóstico de una enfermedad incurable para uno de ellos y sin ayudas externas, toman la decisión de poner fin a sus vidas, generalmente el hombre ayuda o mata a la mujer y luego se suicida. Hace poco hubo un caso así en Tarragona en el que, además, también llegaron a matar a una hija que tenían discapacitada.
En resumen, que me niego a creer que esto haya sido el resultado de una locura momentánea, que un crimen de este tipo se gesta por algo, que el entorno de los implicados deben estar alerta ante lo que pueda suponer el más mínimo indicio de violencia, agresión o criminalidad. El tiempo irá desgranando detalles de la vida previa de este parricida y de su ex-mujer, de su relación ante y post divorcio; lo que está claro es que dos víctimas más, innecesarias, engrosan esa lista macabra de la violencia en el ámbito familiar. Ojalá sean las últimas, pero todos sabemos que no será así y habrá que buscar la manera de arreglarlo. Al final es triste decirlo pero todos somos culpables.
(Considero una cuestión de respeto no publicar ninguna foto relacionada con este hecho, así que simplemente un lazo negro en recuerdo de las niñas y de todas las víctimas de violencia familiar).
Muy triste...y no me atrevo a especular. Desde luego, el hecho de llamar a la ex y a la policía antes de matar a las crías me parece una llamada de atención en toda regla. He oido muchas veces decir que el que de verdad se quiere suicidar, lo hace a la primera y sin errores, y no llama a nadie para avisar.
ResponderEliminarYo siempre me pregunto por qué estos malnacidos se llevan con ellos a otra gente: si tu vida es una mierda o lo que sea, de acuerdo, te coges, te vuelas los sesos y adiós buenas tardes, pero eso de llevarte a tu pareja, o a tus hijos, o el lote completo (como también ha sucedido) es para hacérnoslo mirar...
EliminarMe encantaría saber qué pasa por la cabeza de esta gente: ¿Por qué tienes que cargarte a alguien más?
En fin: todo crimen violento suele ser incomprensible, pero estos son de los que me dejan atónito.