domingo, 3 de septiembre de 2017

VOLVER... ¿A EMPEZAR?

Para un docente podemos decir que hay dos inicios de año: el que vive cualquier mortal el 1 de enero más "nuestro" inicio de curso escolar que empieza el 1 de septiembre. Después de 2 meses de vacaciones de verano (porque son dos meses, julio y agosto y no tres o cuatro como dicen algunos, aparte de que en julio estás a disposición de la Administración para cualquier asunto por el que te puedan llamar, por ejemplo, ser tribunal de oposición), toca incorporarse al trabajo.

En los últimos años siento que es como un gran parón y que ni me hace falta adaptación ni me entra depresión ni cosas por el estilo. Hombre, si pudiéramos vivir sin trabajar pues supongo que lo desearíamos todos, pero como no es así pues empieza el curso y aparecer en tu colegio el 1 de septiembre debería ser motivo de satisfacción, de reencuentro, etc. En muchos casos ves caras de compañeros nuevos, puede que cambie el alumnado si terminas el ciclo con un grupo o que haya alguna novedad que nuestras ínclita Consellería de Educación nos quiera imponer sin la más mínima lógica. Después de 26 años de docente parece que ya tienes una especie de coraza que te hace inmune a muchas cosas y acabas siendo un "resabiado" que sigue haciendo más o menos las mismas cosas introduciendo innovaciones educativas y actividades que sirvan para motivar y llevar adelante un nuevo curso.

Este curso 2017/18 seré tutor de 6º de Primaria. Continuaré con el mismo grupo de alumnos que el curso pasado, a los que adoro. Es un grupo muy bueno y ya tenemos proyectos pensados entre varios profesores que esperemos se hagan realidad. Un trabajo que les puse en verano fue que, si iban de viaje, aunque fuera al pueblo de al lado, mandaran una postal al colegio. Han llegado unas 14 de un grupo de 25, desde destinos tan variopintos como diferentes localidades de Portugal, Galicia, Almería, Tenerife, Salamanca, La Rioja y Barcelona, aparte de las que mandé yo desde Suecia y Dinamarca. Sin duda viajar es la actividad humana que más riqueza nos da para entender y empatizar con otras culturas y formas de pensar y es un valor que siempre está presente en mis clases, fomentar la cultura de los viajes. Seguro que en una semana cuando empiecen las clases tendrán mucho que contar de su verano, visto desde la mente de un niño o una niña de 10-11 años.

Y por supuesto, mis hijos también empiezan su rutina. Mañana es un día crucial para el mayor porque se enfrenta a dos exámenes de septiembre que pueden marcar su futuro más inmediato. He de decir que estoy yo más nervioso que él porque sé la trascendencia que tiene conseguir superar una etapa educativa o no y eso ocurrirá en unas pocas horas. Y mi hija terminará este año Educación Primaria y será también el fin de una etapa encarando ya el instituto donde se encontrará, por cierto, con mi grupo de alumnos.

Recuerdo con cierta nostalgia mis primeros años de profesión, donde estos primeros días eran para elegir tu destino, instalarse e ir con los bártulos de un lugar a otro. Ese "gusanillo" de empezar el curso en una localidad que nada tenía que ver contigo te generaba cierta curiosidad y ansiedad por que todo saliese como tú esperabas. En Ciñera de Gordón, en Ponferrada, en Tapia de Casariego... fueron unos años inolvidables, cuando un casi adolescente de 21, 22, 23 años se hacía cargo de toda una vida: alquilar un piso, organizar tus clases, conocer gente nueva, adaptarse a una nueva situación, etc. Aquellos inicios han hecho que hoy no sea un "volver a empezar" sino una continuidad de lo que llevas haciendo los últimos años, con la excepción lógica de cuando hubo un cambio de centro o el gran traslado que supuso irse a vivir a Holanda en 2010 y que dio un giro radical a mi vida en muchos aspectos: personal, educativo, emocional. Sé que no soy el mismo en 2017 que en 2010, veo las cosas desde perspectivas muy distintas y noto también que esa transformación, que a grandes rasgos ha sido muy positiva, choca con pensamientos y decisiones que tienen otras personas que no han pasado por el experiencia de vivir en otro país. Yo me noto más tolerante en muchas cosas, más intransigente en otras, más asertivo, más empático y curiosamente también expresar lo que siento y discrepar de lo políticamente correcto me genera pequeños problemas de convivencia con gente que sigue viviendo en este "curruncho" de Europa y que no tiene más altura de miras que su ego.

Tal vez no entendáis nada de lo que quiero expresar. Normal, no pongo muchos nombres ni ejemplos, pero en estas semanas que, por ejemplo, estamos saturados de un tema crucial en la política española como es el referéndum para la independencia de Catalunya convocado por la Generalitat para el próximo 1 de octubre, está generando unas tensiones en las conversaciones cotidianas de la gente que en cierta manera asusta un poco. A menos de un mes de la fecha en cuestión no sabemos que ocurrirá ese día, si habrá votación o no, qué hará el Gobierno de España, qué consecuencias traería si gana el SÍ o si gana el NO, tanto para españoles como para catalanes... Y el españolito de a pie, acostrumbrado a las tertulias de barra de bar, opina con estereotipos, llega incluso a insultar, se enerva hasta el punto de llegar casi a las manos con el que no piense como él y, también aupados por las redes sociales, el nivel de tensión es extremo.

Así que ante todo este panorama yo voy a dar mi opinión. Como ciudadano de una región de España y de Europa, de partida estoy a favor de que los pueblos tengan derecho a manifestar lo que quieren. Esto es, si los catalanes quieren votar si son independientes o no, que voten. Ahora bien, yo no quiero que Catalunya se independice, pero tampoco quiero que lo haga Silesia, Frisia, Transilvania o Cornualles. No creo que la llegada de un nuevo país a Europa sea positiva ni para ese país ni para el país del cual se escinde, en este caso nos ha tocado a España. Lo que sí me gustaría es que tanto los que defienden la independencia como los que no, expusieran claramente a los ciudadanos catalanes los pros y los contras de la misma, factor que creo, desde que empezó todo este reto por parte del gobierno catalán, nunca se ha hecho en un medio público. Porque, básicamente, ¿un ciudadano residente en Catalunya (no necesariamente catalán) tendrá mejores servicios y más calidad de vida por ser independiente de España? Sinceramente creo que no. Y lo mismo al revés, ¿un ciudadano de cualquier otra región de España tendrá un cambio significativo en su vida si Catalunya se independiza? Pues creo que tampoco, porque yo el día 2 de octubre, pase lo que pase en las urnas, iré a trabajar exactamente igual y me pagarán lo mismo. Tal vez, si tuviese que viajar a una Catalunya independiente, tendría que hacerlo con pasaporte, pasar unos controles de frontera al llegar al aeropuerto de Barcelona, Reus o Girona, igualmente en las carreteras y autopistas que se comunican con Aragón y la Comunitat Valenciana tendrían que enseñar mi identificación e imagino que pequeños transtornos más derivados de esa posible escisión, pero más o menos igual que si voy a un Londres "brexitado" o a un país que no sea del Espacio Schengen o cruzo el Estrecho de Gibraltar y llego a Tánger. Y viceversa, claro, porque cuando aterricen los aviones procedentes de Barcelona en Alvedro, todos aquellos ciudadanos catalanes que quieran entrar en Galicia tendrán también que identificarse, a pesar de conservar aún la nacionalidad española (ya que han nacido en España pero no serían miembros de la Unión Europea).

Me parece que las cosas se han sacado un poco de quicio por ambas partes, el gobierno catalán y el gobierno español. Los primeros porque no son creíbles, generan esa animadversión a todo lo que implique "Catalunya" y están en la perrencha de niños de primaria de "nos queremos ir"; y los segundos porque no han sabido manejar ese desafío independentista en los seis años que llevan gobernando por no querer dialogar y sobre todo, por no querer entender lo que significa un sentimiento de nación. Tengo una buena amiga, profesora, de Castellón, que ahora está dando clase en Olot y ella me dijo una vez que se sentía catalana, que su manera de vivir y de enfocar las cosas era desde una perspectiva diferente a la que podía tener yo como gallego, un madrileño o un andaluz y que lo único que pedía era respeto por esa manera de sentir y ver el mundo. Y yo le creo. Con lo cual la cuestión es, ¿quiénes somos nosotros para impedir que alguien SIENTA que su mundo es Catalunya como estado independiente, sin vínculos de dependencia con España e integrados en una Europa global, en un mundo global? Lo que ocurre es que un proceso como este implica mucha altura de miras por parte de ambos lados y ninguno de los dos gobiernos en cuestión la han tenido. 

En conclusión, no solo se vuelve a empezar un curso escolar, tal vez haya que volver a empezar a DIALOGAR, a pactar, a entenderse unos con otros. Y sinceramente creo que de eso falta mucha cultura en nuestro país, aún después de los 40 años de democracia infantil que llevamos. A veces siento que se ríen de nosotros en Europa y no es de extrañar porque damos cada espectáculo que mejor esconderse debajo de una manta. Así que a ver qué ocurre y cómo encaramos este curso escolar, por mi parte intentaré que mis alumnos, cuando sean adultos, puedan tener más capacidad de diálogo que muchos de los gobernantes que tenemos. Ojalá lo consiga.




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