Siempre que empiezo un post y escribo el título quiero que surja la duda, la sorpresa, el "continúo leyendo". Y no, no me mudo yo... esta vez. Se muda una familiar mía, a Lugo, a su ciudad. Mi prima Elisa, la mayor de todas y todos los primos, se jubiló hace pocos meses y mañana vuelve a casa, casi casi a ver la muralla desde ella. La verdad es que cuando una persona como ella, que yo vi marchar a Francia a estudiar desde la estación de tren de Lugo, llega a esta etapa de la vida, te va haciendo ver que el tiempo pasa, que los mayores algún día no estarán aquí y que el testigo ahora lo tenemos nosotros; en definitiva, maduramos y pasan los años.
Pero el post no va del cambio de casa de mi prima, que aprovechando la mudanza se ha desprendido de algunos que otros muebles y objetos que han parado en la mía muy bien acomodados, sino de todo lo que hay detrás de una mudanza. Yo he vivido varias, bastantes a mi modo de ver, no ya en mis primeros inicios en la profesión en los que cada año estabas destinado en una población distinta (Ciñera, Ponferrada, Tapia), también después cuando empiezas a asentar la vida, incluso dentro de la misma localidad. Un día eché cuentas y he tenido, aparte de la casa donde me crié en A Coruña, mi domicilio ha estado en ¡¡13 viviendas diferentes!!, todo esto en 24 años, "xa lle chega ben". Y aunque no todos los traslados son iguales, ya que unos son más significativos que otros, todos dejan recuerdos en los domicilios y tú te vas cargado de vivencias.
En los primeros años todo se ceñía a unas pocas cajas, un par de bolsas con ropa y se acabó. Cuando ya te ayudan tus amigos con otros coches o acabas contratando un servicio de transporte o propiamente de mudanzas, es cuando ves que tu vida crece y que muchas cosas pueden llegar a ser prescindibles. Recuerdo con especial intensidad dos traslados, cuando marché de Tapia de Casariego a Padrón que, una vez vaciada aquella vivienda de maestro en el centro del pueblo, me apoyé en una pared y me emocioné, llegando a soltar unas lágrimas. Estaba recién casado y mi entonces mujer se acercó a mí, me agarró de un hombro y me dijo un "tranquilo, vamos", con mucho cariño. Fueron muchas cosas las que viví allí en los 4 años que estuve, relaciones personales que acabaron mal con alguna persona, pero buenos momentos con mis compañeros de trabajo y con los alumnos, curiosamente esto ha sido siempre constante en mi vida y puedo estar orgulloso de haber conocido gente que se queda en el corazón en cada uno de los colegios en los que trabajé, alumnos y profesores.
También hubo otros dos traslados que fueron especialmente significativos: cuando dejamos Padrón y vinimos a Coruña (aunque en dos momentos) no se me olvidará nunca la despedida a Carmen en el portal de nuestro piso, Martín con 6 añitos recién hechos y el ramo de flores que le dimos por su cariño con nosotros cuidando a nuestros hijos y a toda la familia; de nuevo lágrimas en los ojos de todos en una oscura tarde lluviosa de diciembre, allá por 2006. El otro traslado fue la vuelta definitiva de Amsterdam, que ya la narré aquí, cuando llegué completamente destrozado emocionalmente para empezar a vivir una nueva vida divorciado y sin domicilio por unos días. Nunca, nunca olvidaré el momento de despegar el avión de Schiphol aquel 29 de junio y aterrizar poco más de dos horas después en Alvedro y abrazar a mis hijos con los ojos más llorosos que nunca. A los pocos días, llegaron los muebles desde Holanda, recogidos un par de semanas antes del recién alquilado domicilio de Paul, un piso que fue poco disfrutado pero que recuerdo con una mezcla de amargura e ilusión por todo el proceso que empezó allí y que quedó truncado. Por cierto, tengo ganas de volver una vez a Amsterdam, para andar por sus calles, recorrer mis lugares, pensar, sentir y hablar con la buena gente que también dejé allí.
¿Qué tienen las mudanzas que son más que mover muebles y cajas? Tienen esa característica de significar el fin de una etapa y el comienzo de otra. Algunas son meros trámites por mejorar en cuanto a precios de alquiler o situación en una ciudad; pero otras son un antes y un después en la vida de las personas. Entrar en un piso nuevo, que has comprado con esfuerzo, amueblarlo a tu gusto, decorarlo con objetos que son tus recuerdos, tu vida... Y verlo crecer, de alguna manera un piso que habitas crece contigo, cambia su fisonomía, si tienes hijos transformas sus habitaciones a medida que también crecen. En fin, reflejan tu vida, tanto personal como emocional.
Y curiosamente tengo debilidad por una de esas 14 viviendas que habité. Las hubo desde muy pequeñitas pero acogedoras, como la de La Vid de Gordón, hasta el piso de Paul en Amsterdam, amplio y con una decoración y disposición exquisita. Sin embargo, el piso de Padrón, el que compramos poco antes de nacer Martín, precisamente tal día como hoy, 26 de octubre (os juro que cuando empecé a escribir el post ni me había dado cuenta) fue "mi piso", donde Martín se crió, donde nació Greta, donde vinieron amigos a dormir, donde hubo comidas de amigos y de familia, cumpleaños, fiestas y algún que otro mal momento de salud. Un piso que vimos crecer, montando la cocina, comprando muebles para cada habitación, diseñando los armarios empotrados, peleándonos con los decoradores por los "stores" del salón. En 2007 lo vendimos, pero posteriormente he soñado muchas veces con él. Supongo que si alguien interpretara esos sueños me diría lo que os acabo de escribir: que ese piso lo sentía nuestro y que nuestra marcha significó algo más que dejarlo y venderlo. No he vuelto a entrar en él, lógicamente, a pesar de que mi familia de Padrón vive al lado y siempre miro para sus ventanas cuando pasamos por delante del edificio. Mucho de mí hay en esa vivienda, tal vez más que en ninguna. No sé si volveré a sentir una vivienda tanto como sentí aquélla, pero desde luego trataré que, a pesar de tanta mudanza, nunca deje de emocionarme cuando vuelva a suceder. (¡Cuántos recuerdos hay en la foto que véis aquí!)