jueves, 31 de marzo de 2016

LE TOCÓ A...

La lotería macabra del terrorismo azotó a Bruselas la semana pasada. De nuevo volvimos a vivir en el portal de al lado, como quien dice, la sensación de inseguridad y de estar a merced de cualquier fanático que le dé por inmolarse en nombre de este o aquel dios. Y ya empieza a no sorprendernos, a aprender a convivir con este tipo de actos indignos que tiene todos su escenografía, acentuada más aún por esa inmediatez de la que hablaba hace unos días y que empezamos a vivir más claramente a partir del 11-S de Nueva York. Bombas a primera hora de la mañana en núcleos importantes de aglomeración de gente, vinculados al transporte, aeropuerto y metro. Humo, cristaleras rotas, oscuridad, gritos, escombros, llantos, muertos y heridos. Las primeras horas son así, luego llegan los sonidos de sirena de ambulancias, las declaraciones de políticos, de supervivientes, las imágenes de cámaras de seguridad identificando a los terroristas y la respuesta ciudadana en forma de velas, mensajes, flores, recuerdos... atestando las plazas más emblemáticas de la ciudad marcada por esa lotería.

Y lo triste es que todo el mundo esperaba que iba a ocurrir, tarde o temprano, igual que ahora mismo sabemos que volverá a ocurrir en otra ciudad de cualquier país de Europa y nos volverá a ponernos en alerta, aunque cada vez menos porque ya empieza a formar parte, incomprensiblemente, del paisaje del terror con el que convivimos. Las imágenes de los aviones chocando con las Torres Gemelas dieron inicio al s. XXI y no se nos irán nunca de la retina; los trenes reventados en las vías de la periferia de Madrid el 11-M tampoco; más tarde Londres en julio, París hace unos meses y ahora Bruselas.

Pero no dejan de ser menos impactantes las que nos llegan de Túnez, Pakistán, Nigeria, Irak..., aunque estas ya no son en el "portal de al lado", ocurren en ese barrio "periférico" al que se van a vivir los de otra clase social más baja que la nuestra y no merecen tanto nuestra atención. Y resulta que a mí me indigna casi tanto o más que las que tenemos aquí al lado. Hace pocos días leí un reportaje en el periódico local en el que se analizaba el auge de este terrorismo ultrarradical islámico y sus causas. Me llamaron la atención tres cosas:

- Que en una tesis hecha por una estudiante en 2005 en el barrio de Molenbeek, ya se advertía del caldo de cultivo que suponían determinadas personas de ese vecindario, dispuestas a adosarse un cinturón explosivo y reventar por los aires llevándose por delante a los que sean.

- Que el número de víctimas mortales afecta más precisamente a los musulmanes que a personas de otra religión, básicamente porque los peores atentados ocurren en esos países y se generan más víctimas porque hay menos seguridad, menos recursos sanitarios ante una catástrofe, etc.

- Que el hecho de atentar en Occidente obedece paradójicamente a crear un clima de islamofobia que sirva de pretexto a dichos grupos para reivindicar su derecho a conquistar por la fuerza otros territorios y a luchar por su religión contra los "infieles".

Y sí, islamofobia cada vez hay más, sobre todo si seguimos pensando que los que huyen de Siria y se lanzan a una travesía por mar mortal ansiando llegar a Europa vienen cargados de explosivos en sus cuerpos; si seguimos pensando que todos esos refugiados que están en Macedonia, Grecia, Serbia o Hungría vienen por el "efecto llamada" y que esos niños es mejor que se queden en su país, que en Europa no hacen nada y van a vivir peor que entre los bombardeos en Aleppo, Homs, Palmira, Kabul,  Mosul, Baghdad o Damasco.

Y la pregunta que algunos se hacen es: ¿tiene Occidente responsabilidad en la radicalización de los países árabes y en el incremento de la voluntad de inmolarse en muchos jóvenes musulmanes? Yo siento hacer de abogado del diablo, pero en cierta medida pienso que sí. No me voy a parar a reflexionar seriamente sobre las causas que nos han traído hasta estos sucesos pero analizando historia, hechos y relaciones diplomáticas, leyendo un poco, la semilla se ha puesto desde nuestro continente y ahora tenemos un monstruo que es difícil de frenar.

He tenido alumnos musulmanes, tanto en España como en Holanda, he hablado con sus familias de tú a tú, igual que con alumnos sin una vinculación clara con otra religión o sí; alumnos procedentes de Latinoamérica, de clases sociales altas, medias y bajas... Y sinceramente no hay diferencias entre unas familias y otras. La frase tan repetida de que "gente mala la hay en todos los sitios" es así y no se puede vincular a un hecho externo como religión, procedencia, raza o color de piel. Esas leyendas urbanas que lees en las redes de que si en tal colegio no se puede poner jamón en el comedor escolar porque no lo comen los musulmanes yo sinceramente no las he visto; y, en todo caso, si así fuera, no me parece una exigencia de mala educación: si un alumno español se va a vivir a Asia, y le ofrecen en el comedor escolar de su colegio una guarnición con insectos, por ejemplo, probablemente tampoco la comería. Son básicamente características culturales que se deben respetar y que bien utilizadas favorecen la integración.

Por duro que parezca, solo nos queda esperar a la próxima parada de esta lotería del terror. Y aprender a vivir con esa angustia de "¿y si ocurre en España de nuevo, en nuestra ciudad?". Pues igual que si ocurre la locura de cualquiera que, con un arma, se lía a tiros en un centro comercial. Cuando ocurre un accidente (recuerdo ahora el del Alvia de Santiago en 2013), esa psicosis se traduce en no descartar un atentado terrorista en las vías del tren, por ejemplo, hasta que se descarta, cuando hace unos años ni se planteaba la posibilidad de que alguien pudiese poner una bomba en un tren, avión, metro o centro comercial. En España ya vivimos con la amenaza del terrorismo muchos años, vinculado a ETA principalmente, y podemos estar más que orgullosos de la labor de nuestras Fuerzas de Seguridad, cosa que no pueden decir precisamente en Bélgica, como se ha visto desde los atentados en Bruselas de la semana pasada. Y yo que pisé esas calles, tanto allí como en Holanda, doy fé de respirar esa sensación de inseguridad en muchos lugares de aglomeración, de no tener controles estrictos en estaciones, aeropuertos, metro...

Por lo tanto, no podemos dejar de hacer nuestras vidas pero tampoco ignorarlo. El escritor Arturo Pérez-Reverte provocó un revuelo en twitter al decir (con otras palabras) que de poco servían las flores y las velas. Y creo que tiene razón. No deja de ser una expresión más de rabia y dolor de nuestra cultura pero que desde luego no "ablandará" al futuro kamikaze. Entendí perfectamente su mensaje, que venía a decir que hay que atacar en la raíz del problema y no en demonizar a tu vecino de puerta que lleva 30 años en el país y está perfectamente integrado o, cuando menos, asimilado, sea musulmán, negro, latino, gitano, rumano... o católico, blanco, español, payo, inglés. En conclusión, que tan zumbado puede ser el alemán que se instaló en Mallorca (léase también el hincha holandés que tira monedas a mendigas en Madrid) como el musulmán radical que se hace estallar por los aires en cualquier terminal de aeropuerto (o aquel encapuchado del Ku Kux Klan que va a la "caza del negro"). Igual de inmoral es el mafioso turco que mete en una balsa a refugiados hacinados cobrándoles los ahorros de sus vidas para pasar a Europa como el habitante de Lesbos que les cobra al llegar por llevarlos en su coche al campo de refugiados de la otra punta de la isla o revende los restos de lo que quedan en las balsas, motores fueraborda, etc. Creo que tenemos que pararnos a pensar un poquito en la sociedad en la que vivimos y que, mal que nos pese, entre todos hemos creado.




sábado, 19 de marzo de 2016

EDUCACIÓN VS. HUMILLACIÓN

Hace pocos días unas imágenes dieron la vuelta al mundo por algo que consideramos denigrante. Y no deja de ser habitual ver situaciones como la ocurrida en las distintas redes sociales o informativos de televisión cuando el fútbol está por medio. Me refiero a la actitud de unos hinchas del equipo holandés del PSV Eindhoven que en pleno centro de Madrid y en las horas previas al partido, tuvieron la brillante idea de, tomando unas cervezas en una terraza, lanzar unas monedas a unas mendigas que andaban pidiendo limosna, aparte de humillarlas haciéndoles realizar una serie de ejercicios para obtener más dinero como flexiones o quemando billetes delante de sus ojos mientras ellas se desesperaban por cogerlos.



Los comentarios en todos los medios fueron de censura ante semejantes hechos y de perplejidad ante una actitud de prepotencia por parte de los hinchas holandeses. Y yo, como habitante durante tres años del país de las bicis y pudiendo opinar un poco sobre el carácter de sus habitantes, el hecho me sorprendió por denigrante, vergonzoso y hasta diría obsceno, pero no por quién lo realiza. Intentaré explicarme, aunque mi amiga Pelocha luego me dé brasa, pero es mi visión de lo que vi allí y de este hecho en particular.

Cuando yo me fui a Holanda fui con una imagen del país creada por esa visión que nos dan los medios y la información que obtienes de leer, reportajes, etc. Holanda, país con un estado de bienestar elevado, con un desarrollo de los derechos y libertades individuales muy elevado, tolerante, pionero en legislar temas polémicos como la eutanasia, la venta de marihuana en los "coffee shops", el matrimonio homosexual, etc. Y con un sistema educativo que supones mejor que el nuestro. Pues bien, en poco más de un año esos mitos se vinieron abajo porque los motivos que llevan a legislar esos temas no son ni altruistas ni mucho menos por una causa social. Porque, si así fuera, no veríamos estos hechos en su población.

Desde que empecé a escribir este blog siempre he dicho que Holanda tiene muchas cosas buenas... pero también tengo cierto empeño en desmitificar todo aquéllo que nos transmiten sobre el país como que es "más de lo más". Y vista la actitud de los hinchas de Eindhoven cada vez se me confirman más mis teorías y el resultado de mi observación durante los tres años de residencia en los Países Bajos.

No voy a decir que un hecho como este no pueda estar protagonizado por gente española aquí o en otro país porque gente gilipollas (y no me corto en calificarlos así) la hay en todos los países y culturas. Pero creo que esto va más allá. Resulta si cabe más grave cuando Holanda "vende" al exterior el grado de educación alta que tienen sus habitantes, su estado de bienestar, etc. Es esa soberbia que emanan por todos los poros de su piel y que en el día a día también manifiestan en pequeños detalles, no solo con el extranjero o el considerado por ellos "inferior", sino también con aquellos de su país a los que consideran de menor cultura, clase social o nivel económico. Holanda es una sociedad muy clasista, individualista y segregadora, y estos "valores" se van inculcando desde la más pequeña infancia a través del sistema educativo que efectivamente es clasista, individualizada y segregadora, obsesionada por el resultado final y por la competitividad, la rentabilidad y el mercantilismo, como buenos comerciantes que fueron siempre.

Y los que no estén dentro de ese sistema o no lo acepten, son simplemente diferentes y no merecen ni atención ni respeto, porque es ir contra el ADN común holandés desde tiempos inmemoriales. Por supuesto, cuando ese sistema además se va limitando por factores externos, tales como una crisis económica que les ha recortado calidad de vida y sobre todo, potencial económico, van a por ellos "a saco". Yo recuerdo que una persona llegó a decirme estando allí que los culpables de que ellos estén mal eran los miles de funcionarios de los países "del Sur", como yo, razonamiento que no dejaba de tener ciertos tintes de xenofobia al asociar su descenso en bienestar con españoles, portugueses, griegos, rumanos, etc.

¿Qué es exactamente lo que me indigna de esas imágenes? Que se sienten invencibles y con poder para humillar a quién sea, sin plantearse éticamente lo que están haciendo ni cuestionando  si está bien o mal. En los primeros segundos se ve en una de las mesas de la terraza a un adolescente, casi un niño, que imagino habrá venido con su padre y ni se inmutan y mucho menos el padre saca de allí al hijo ni se cuestiona el ejemplo que está viendo. Y repito, no digo que algo así no pueda ocurrir aquí, también se ven situaciones en estadios de fútbol que son prácticamente un delito, como agresiones a árbitros en partidos de niños, insultos, etc. ¿Realmente es el fútbol el que genera esto o es la educación de cada uno? Me resisto a creer que un deporte genere esto, aunque si detesto el fútbol es precisamente por esa hipocresía en la que también se sustenta, gracias a patrocinadores, presidentes instigadores de la violencia o, simplemente, el dinero, que al final es el que manda en estas cosas. Ese endiosamiento de los jugadores estrella por parte de toda la sociedad, a los que los niños ven como verdaderos ídolos, contribuye después a que pasen estas cosas.

En definitiva, más xenofobia que sigue invadiendo Europa a pasos agigantados. En Holanda, el partido de extrema derecha de Wilders lidera las encuestas de intención de voto; en Francia ya vemos el avance de Marine Le Pen; en Alemania también ha crecido abrumadoramente la extrema derecha; tenemos a Amanecer Dorado en Grecia, a Orban en Hungría... Y vemos cómo a los que huyen de las guerras en Oriente Medio les cerramos las puertas en Grecia y Macedonia, dejándolos a su suerte entre el barro y el frío, en campos de refugiados sin lo más elemental para una vida digna. Siguen ahogándose en el Mediterráneo, siguen recibiendo palizas en las fronteras, clavándose los alambres de espino, pariendo las mujeres en tiendas de campaña de veraneo y en condiciones insalubres, muriendo de hambre y frío... A mí me sigue hirviendo la sangre porque EUROPA NO HACE NADA, solo empeora la situación.

Yo no quiero esta Europa. Ni la que vi en Holanda ni la que veo en los caminos de Centroeuropa en busca de un futuro mejor. Sé que la educación es lo único que puede hacer que las generaciones futuras sean aún más solidarias que nosotros (los que lo somos). Y también sé que nuestro sistema educativo está por encima de otros en esto, en la educación en valores, en la solidaridad, en la integración, en la aceptación de las diferencias. Y yo lo que veo es que en Lesbos quién está ayudando a rescatar de las aguas a los refugiados son españoles y ciudadanos de la isla, no veo precisamente a muchos holandeses que estarán más preocupados de sus próximas vacaciones en Grecia, para mas inri, o de alcanzar la excelencia académica de sus vástagos. 

En fin, que hay que criticar, y mucho, estas actitudes, incansablemente, ocurran en la Plaza Mayor de Madrid o en el más pequeño de los pueblos de cualquier país europeo. ¿Quemaríamos adrede en España un refugio de personas inmigrantes? ¿Marcaríamos sus puertas de rojo? ¿Lanzaríamos monedas a unas mendigas burlándonos de ellas? Sinceramente no lo creo, como tampoco dejaríamos sin atender a aquel que lo necesite por urgencia vital o que llegue a nuestras costas en una patera. Esa solidaridad sí va en nuestros genes, y muchos hechos así lo demuestran, por algo somos de los primeros países en voluntariado o, por ejemplo, el líder en transplantes a nivel mundial.

Y para terminar, entre 1943 y 2016 han pasado muchas cosas para aprender que la exclusión y el desprecio no tienen lugar en nuestra sociedad, pero hay colectivos o países que parece lo han olvidado. Fijaos en la imagen y reflexionad un poco, arriba 1943 con los nazis deteniendo a los judíos y exterminándolos en los campos de concentración; a bajo 2016, en cualquier campo de refugiados en Grecia o los Balcanes. Aquí lo dejo.






domingo, 13 de marzo de 2016

¡DEPRISA, DEPRISA! - ¡DESPACIO, DESPACIO!

Poco que contar. Los días y semanas pasan en la más habitual de las rutinas. Trabajo, hijos, familia, un poco de ocio. Pendientes en España de esa aritmética post-electoral para ver si se forma gobierno o no, a casi ya 3 meses de la celebración de las elecciones. Todo muy "del Sur", que dirían en Europa. Lecturas de todo tipo, experiencias en clase, mucho facebook y whats app (¿qué hacíamos antes de que existieran las redes sociales?), invierno que se acaba sin demasiado frío y pensando ya en las inminentes vacaciones de Semana Santa y un poco ya en las del verano,

El tiempo pasa y no perdona. No es una frase hecha, es la realidad. Ves que tus mayores se hacen más mayores, con sus achaques y dolencias, y empiezas a ser consciente de que no son inmortales y cualquier día te dan la tristeza de irse y piensas "¿cómo estaré (y sobre todo, cómo seré) cuando yo sea anciano?". Y por otra parte ves también que los hijos crecen, que empiezan a tomar sus pequeñas decisiones y a plantearse cosas en una sociedad cada vez más complicada. El otro día esperando en un semáforo había un grupo de jóvenes en torno a 22-24 años, con aspecto universitario y por unos instantes me transporté a mi época de universitario (aunque yo con esa edad ya andaba por León estrenándome como "profe"). ¡Cómo hemos cambiado!, pensé en ese momento. Ahora es todo más momentáneo, más de vivir el presente sin preocuparse dónde van a caer, con quién van a formar una vida (o no formarla) y nos volvemos más "provisionales" para todo, si me entendéis la expresión.

Recuerdo que precisamente estando dando clase en Ponferrada una compañera que acababa de regresar de Estados Unidos donde había ido para dar clases de español en un programa del Ministerio de Educación, me explicaba cómo entendían la vida los americanos: "allí todo es provisional: tienes un coche provisional, una casa provisional, un trabajo provisional y hasta una familia provisional". No existe esa cultura de "trabajo para toda la vida, casa para toda la vida y familia para toda la vida". La individualidad imperaba como valor positivo y de reafirmación de la personalidad de cada individuo, valga la redundancia. Y yo, que en estas cosas siempre fui un poco clásico, o bastante, me costaba entenderlo y aún ahora me resulta algo negativo, algo que nunca quise vivir y que por circunstancias parece que vamos abocados de cabeza a ello.

Y también, como ya comenté alguna vez aquí, vivimos en la cultura de la inmediatez, avalada por la existencia de Internet y las prisas de esta sociedad. Si quiero comprar un vuelo, por ejemplo, y plantarme en Londres a cenar, lo tengo a un par de clics desde mi pantalla de ordenador; necesito que vengan a arreglar la lavadora porque vertía agua y lo necesito YA, no pueden decirme que tardarán una semana. Incluso en clase, los chavales te preguntan algo o te plantean un problema y la solución tiene que ser inmediata, sin tiempo a reflexionar. Es curioso, pero cuando les hago algún examen a mi grupo, que generalmente tienen entre 8 o 10 preguntas y entre que se colocan, reparto, etc., les quedan 40 minutos de tiempo (las clases son de 50 minutos). Pues la mayoría a los 20 minutos han acabado, entonces aparece mi respuesta mágica: "¡repasa!", y se oye un resoplido y al minuto te dicen "¡ya repasé!". Creo que alguien con dos dedos de frente que haga políticas educativas debería plantearse introducir yoga en el currículo y técnicas de relajación "slow" porque estamos creando futuros ciudadanos y ciudadanas alienados.

Tal vez sea por eso también que la sensación de que el tiempo va más rápido la tenga más interiorizada. Y cuando soy consciente y me digo "¡siéntate y relaja la mente!" no puedo pasar más de 10 minutos sentado sin hacer nada, enseguida necesito encender la televisión o recuerdo que hay que sacar la comida de mañana del congelador para prepararla más tarde o que es necesario pasar el aspirador en las habitaciones porque hace una semana (o más) que no lo has hecho.

Este año cumplo 25 años de trabajo. Hace pocos días me sorprendí a mí mismo leyendo una información sindical sobre las jubilaciones, si es que para cuando toque jubilarse aún existe la pensión estatal. Automáticamente regreso a la realidad y digo "¡pero si aún soy muy joven!", pero no, no lo soy tanto. Jóvenes son los que vi en el semáforo o las pandillas que salen a las 2 del instituto cuando yo subo para mi casa andando o los que se van de botellón. Estoy convencido que ya he vivido más de la mitad de mi vida y no me quejo de lo que he hecho, pero también tengo la sensación en determinados momentos que la tenía que haber aprovechado mejor, quizás por ese frenesí en el que vivimos constantemente y que nos empuja a hacer más cosas, comprar más artículos innecesarios, leer no sé cuántos libros al año, tomar 5 raciones de frutas y verduras al día, lavarse los dientes tres veces, dormir mínimo de 8 horas, hacer deporte dos o tres veces por semana como mínimo, acudir a una clase de pintura, yoga, pilates, manualidades o filosofía oriental; y todo eso compaginado con las actividades de tus hijos (yo no tenía a su edad), comprar alimentos para llenar la despensa, tener la ropa limpia y planchada, limpiar la casa - incluyendo ventanas, cortinas, alfombras, electrodomésticos... - actualizar tus perfiles sociales en la red, ir a tal acto de tu asociación, partido político, club o grupo. Creo que mejor empezamos a valorar lo de la filosofía "slow" que nos vendrá a todos muy bien. Fíjate que lo están haciendo los políticos españoles con lo de formar gobierno, así que ¡cómo no vamos a poder nosotros!

Hace un día espléndido, así que empiezo hoy, me voy a pasear y disfrutar del sol y del paisaje. Pásenlo bien.