La lotería macabra del terrorismo azotó a Bruselas la semana pasada. De nuevo volvimos a vivir en el portal de al lado, como quien dice, la sensación de inseguridad y de estar a merced de cualquier fanático que le dé por inmolarse en nombre de este o aquel dios. Y ya empieza a no sorprendernos, a aprender a convivir con este tipo de actos indignos que tiene todos su escenografía, acentuada más aún por esa inmediatez de la que hablaba hace unos días y que empezamos a vivir más claramente a partir del 11-S de Nueva York. Bombas a primera hora de la mañana en núcleos importantes de aglomeración de gente, vinculados al transporte, aeropuerto y metro. Humo, cristaleras rotas, oscuridad, gritos, escombros, llantos, muertos y heridos. Las primeras horas son así, luego llegan los sonidos de sirena de ambulancias, las declaraciones de políticos, de supervivientes, las imágenes de cámaras de seguridad identificando a los terroristas y la respuesta ciudadana en forma de velas, mensajes, flores, recuerdos... atestando las plazas más emblemáticas de la ciudad marcada por esa lotería.
Y lo triste es que todo el mundo esperaba que iba a ocurrir, tarde o temprano, igual que ahora mismo sabemos que volverá a ocurrir en otra ciudad de cualquier país de Europa y nos volverá a ponernos en alerta, aunque cada vez menos porque ya empieza a formar parte, incomprensiblemente, del paisaje del terror con el que convivimos. Las imágenes de los aviones chocando con las Torres Gemelas dieron inicio al s. XXI y no se nos irán nunca de la retina; los trenes reventados en las vías de la periferia de Madrid el 11-M tampoco; más tarde Londres en julio, París hace unos meses y ahora Bruselas.
Pero no dejan de ser menos impactantes las que nos llegan de Túnez, Pakistán, Nigeria, Irak..., aunque estas ya no son en el "portal de al lado", ocurren en ese barrio "periférico" al que se van a vivir los de otra clase social más baja que la nuestra y no merecen tanto nuestra atención. Y resulta que a mí me indigna casi tanto o más que las que tenemos aquí al lado. Hace pocos días leí un reportaje en el periódico local en el que se analizaba el auge de este terrorismo ultrarradical islámico y sus causas. Me llamaron la atención tres cosas:
- Que en una tesis hecha por una estudiante en 2005 en el barrio de Molenbeek, ya se advertía del caldo de cultivo que suponían determinadas personas de ese vecindario, dispuestas a adosarse un cinturón explosivo y reventar por los aires llevándose por delante a los que sean.
- Que el número de víctimas mortales afecta más precisamente a los musulmanes que a personas de otra religión, básicamente porque los peores atentados ocurren en esos países y se generan más víctimas porque hay menos seguridad, menos recursos sanitarios ante una catástrofe, etc.
- Que el hecho de atentar en Occidente obedece paradójicamente a crear un clima de islamofobia que sirva de pretexto a dichos grupos para reivindicar su derecho a conquistar por la fuerza otros territorios y a luchar por su religión contra los "infieles".
Y sí, islamofobia cada vez hay más, sobre todo si seguimos pensando que los que huyen de Siria y se lanzan a una travesía por mar mortal ansiando llegar a Europa vienen cargados de explosivos en sus cuerpos; si seguimos pensando que todos esos refugiados que están en Macedonia, Grecia, Serbia o Hungría vienen por el "efecto llamada" y que esos niños es mejor que se queden en su país, que en Europa no hacen nada y van a vivir peor que entre los bombardeos en Aleppo, Homs, Palmira, Kabul, Mosul, Baghdad o Damasco.
Y la pregunta que algunos se hacen es: ¿tiene Occidente responsabilidad en la radicalización de los países árabes y en el incremento de la voluntad de inmolarse en muchos jóvenes musulmanes? Yo siento hacer de abogado del diablo, pero en cierta medida pienso que sí. No me voy a parar a reflexionar seriamente sobre las causas que nos han traído hasta estos sucesos pero analizando historia, hechos y relaciones diplomáticas, leyendo un poco, la semilla se ha puesto desde nuestro continente y ahora tenemos un monstruo que es difícil de frenar.
He tenido alumnos musulmanes, tanto en España como en Holanda, he hablado con sus familias de tú a tú, igual que con alumnos sin una vinculación clara con otra religión o sí; alumnos procedentes de Latinoamérica, de clases sociales altas, medias y bajas... Y sinceramente no hay diferencias entre unas familias y otras. La frase tan repetida de que "gente mala la hay en todos los sitios" es así y no se puede vincular a un hecho externo como religión, procedencia, raza o color de piel. Esas leyendas urbanas que lees en las redes de que si en tal colegio no se puede poner jamón en el comedor escolar porque no lo comen los musulmanes yo sinceramente no las he visto; y, en todo caso, si así fuera, no me parece una exigencia de mala educación: si un alumno español se va a vivir a Asia, y le ofrecen en el comedor escolar de su colegio una guarnición con insectos, por ejemplo, probablemente tampoco la comería. Son básicamente características culturales que se deben respetar y que bien utilizadas favorecen la integración.
Por duro que parezca, solo nos queda esperar a la próxima parada de esta lotería del terror. Y aprender a vivir con esa angustia de "¿y si ocurre en España de nuevo, en nuestra ciudad?". Pues igual que si ocurre la locura de cualquiera que, con un arma, se lía a tiros en un centro comercial. Cuando ocurre un accidente (recuerdo ahora el del Alvia de Santiago en 2013), esa psicosis se traduce en no descartar un atentado terrorista en las vías del tren, por ejemplo, hasta que se descarta, cuando hace unos años ni se planteaba la posibilidad de que alguien pudiese poner una bomba en un tren, avión, metro o centro comercial. En España ya vivimos con la amenaza del terrorismo muchos años, vinculado a ETA principalmente, y podemos estar más que orgullosos de la labor de nuestras Fuerzas de Seguridad, cosa que no pueden decir precisamente en Bélgica, como se ha visto desde los atentados en Bruselas de la semana pasada. Y yo que pisé esas calles, tanto allí como en Holanda, doy fé de respirar esa sensación de inseguridad en muchos lugares de aglomeración, de no tener controles estrictos en estaciones, aeropuertos, metro...
Por lo tanto, no podemos dejar de hacer nuestras vidas pero tampoco ignorarlo. El escritor Arturo Pérez-Reverte provocó un revuelo en twitter al decir (con otras palabras) que de poco servían las flores y las velas. Y creo que tiene razón. No deja de ser una expresión más de rabia y dolor de nuestra cultura pero que desde luego no "ablandará" al futuro kamikaze. Entendí perfectamente su mensaje, que venía a decir que hay que atacar en la raíz del problema y no en demonizar a tu vecino de puerta que lleva 30 años en el país y está perfectamente integrado o, cuando menos, asimilado, sea musulmán, negro, latino, gitano, rumano... o católico, blanco, español, payo, inglés. En conclusión, que tan zumbado puede ser el alemán que se instaló en Mallorca (léase también el hincha holandés que tira monedas a mendigas en Madrid) como el musulmán radical que se hace estallar por los aires en cualquier terminal de aeropuerto (o aquel encapuchado del Ku Kux Klan que va a la "caza del negro"). Igual de inmoral es el mafioso turco que mete en una balsa a refugiados hacinados cobrándoles los ahorros de sus vidas para pasar a Europa como el habitante de Lesbos que les cobra al llegar por llevarlos en su coche al campo de refugiados de la otra punta de la isla o revende los restos de lo que quedan en las balsas, motores fueraborda, etc. Creo que tenemos que pararnos a pensar un poquito en la sociedad en la que vivimos y que, mal que nos pese, entre todos hemos creado.