viernes, 15 de abril de 2016

GESTIONANDO EMOCIONES

Están de moda. Cualquier actividad formativa que tenga que ver con la inteligencia emocional tiene un éxito considerable. Hoy comencé un pequeño curso de formación referido a la gestión de emociones. Bueno, en realidad el curso empezó el pasado jueves, pero debido a uno de esos momentos difíciles en los que la familia se une, no pude asistir. Y es un hecho que tiene una importante carga emocional que hay que saber gestionar. Cuando se muere alguien tan cercano a ti, como lo era mi tío Chemo, tu mente de una u otra forma tiene que digerir esta circunstancia. Después de unos días en los que la familia se unió como una piña para despedirlo en Manacor, toca gestionar un duelo, más duro de lo habitual porque es el primer tío que se nos muere y que suponía un nexo de unión entre el resto de los hermanos de mi padre. Fueron momentos emotivos, de dolor, pero también de mucho amor y cariño hacia mi tía, hacia mis primos y familias, unidos todos en algo que, no por esperado, deja de ser doloroso.

En fin, después del viaje relámpago a Mallorca, uno vuelve a la rutina, algo cambiado pero poco a poco asentando lo ocurrido y gestionando las emociones que surgen. Tenía ganas de acudir a las sesiones del curso, no sólo por este hecho, sino porque estoy convencido de que gran parte del éxito en las aulas viene porque los docentes saben (sabemos) llegar a través de las emociones a las mentes de los chavales.

Hubo un cambio en mi vida hace unos años en los que me di cuenta de que este tema era primordial. Ocurrió en 2007. Hasta ese momento, yo era un maestro especialista en Música que impartía una hora semanal a los diferentes grupos de Primaria de cada colegio en el que recalaba (o como mucho dos o tres en Secundaria). Ese año opté por cambiar de especialidad y solicitar vacantes de Primaria, es decir, ocupar un puesto como tutor de un grupo. Pese a mis temores iniciales pero sobre todo gracias a lo aprendido con una compañera, Mercedes, que era tutora en Catoira, con la que compartí muchas charlas educativas y también una tutoría allí en 3º de Primaria, el cambio llegó. El curso 2007-08 me estrené como tutor en Ordes y puedo afirmar con rotundidad que fue una de las elecciones que más me satisfizo a lo largo de mi vida profesional.

Durante tres cursos fui tutor del mismo grupo de alumnos, desde 4º hasta 6º de Primaria. Lo vivido con aquellos niños y niñas, reflejado aquí en el momento de iniciar este blog allá por junio de 2010 cuando obtuve el puesto en Holanda, fue un punto de inflexión importante en mi manera de entender a los demás. Aquellas vivencias aún perduran en las mentes de muchos de ellos (ahora ya a punto de acabar 2º de Bachillerato y en algunos casos acceder a la universidad o a un ciclo profesional) y por supuesto en la mía. Tengo contacto con algunos de esos alumnos y alumnas por Facebook y sé que algo en mí cambió después de los tres años en Ordes.

Luego llegó el período holandés, que todo el mundo sabe que terminó bruscamente con una gran tormenta emocional. Fue ese episodio el que hizo que creciese en mí el interés por aplicar actividades referidas a la educación emocional en el aula. Y si el primer año después de la vuelta ya tuve una buena experiencia con el alumnado (jamás olvidaré a Marco y su "muro de Berlín entre Corme y Laxe"), es ahora, llevando 2 cursos con estos alumnos y alumnas del "Anxo da Garda" donde me veo cada vez más convencido y capacitado para tratar este tema en el aula.

Y salen cosas. Salen situaciones como la que os voy a narrar. El jueves pasado, recién informado de la muerte de mi tío y preparando un poco el viaje, buscando vuelos, alquiler de coche, etc., yo fui a trabajar. Avisé en el centro de que el viernes no iba a asistir porque marchaba a Mallorca. Cuando empecé a dar clase mi ánimo no era el de siempre, lógicamente. No pasaron ni 15 minutos cuando empiezo a oir murmullos del tipo "le pasa algo, no está bien, está raro..." y en segundos escuché una voz que me pregunta:

- Alfonso, ¿qué te pasa hoy? Estás raro.

Yo estaba escribiendo algo en el encerado y en ese momento sentí la necesidad de contarles lo que ocurría, dado que ellos y ellas también me cuentan a mí cómo se sienten ante algún problemilla con un compañero, un examen con una nota mediocre, un problema en casa, etc. Me di la vuelta y les dije:

- Bueno, creo que merecéis una explicación de mi estado de ánimo, ya que vosotros también me contáis frecuentemente el vuestro.

Y les dije lo que pasaba. No pasaron ni 10 segundos cuando una alumna se levantó, se acercó a mí y me dijo

- Te mereces un abrazo. Lo siento mucho

Me abrazó, y como un imán se levantaron todos y vinieron a abrazarme. Les conté que al día siguiente no vendría y bueno, que no se preocuparan, que el ritmo escolar no sufriría alteración y que el lunes ya volvería al colegio.

Pues bien, ese hecho es único. Y no se debe a la casualidad. Se debe a que se produce una conexión emocional entre yo, profesor, y un grupo de niños y niñas de 11-12 años, alumnos y alumnas cuyo

 centro del mundo durante cinco horas al día (o más, por lo que me cuentan sus padres y madres) eres tú. Y hay una transmisión de esas emociones, una química que les permite emocionarse conmigo y, en definitiva, conocerse a sí mismos, que no deja de ser lo fundamental en la educación. 

Sólo quedan dos meses de curso y sé que los echaré mucho de menos. Luego vendrán otros y vuelta a empezar. También sé que han aprendido muchas cosas, a lo mejor no tantas como pone el currículum, pero sí otras más importantes desde mi punto de vista. Y sé también que yo he aprendido con ellos, que esa gestión emocional continúa y seguirá porque nuevos hechos y nuevas experiencias nos exigirán el reto de afrontarlas con una inteligencia emocional correcta. El curso al que he empezado a asistir hoy ayudará, el resto lo pondrá la vida.