miércoles, 19 de noviembre de 2014

EN FORMA

Este invierno me he propuesto hacer ejercicio. Nunca fui un forofo del deporte, además mis experiencias deportivas siempre fueron abocadas al fracaso. Era una auténtico "paquete" en Gimnasia (en mis tiempos se llamaba así) allá en la EGB, llegando a suspender alguna evaluación y a odiar la asignatura porque se basaba en la consecución de unas marcas. Hacer el pino contra la pared, subir por una cuerda, hacer el puente, la voltereta lateral (que nunca llegué a hacerla), suponían para mí un auténtico suplicio y deseaba que el día que había Gimnasia el profe dijera "hoy deporte libre" para no hacer nada. Carreras de resistencia que me dejaban muerto y todo esto bajo el frío, la lluvia, el viento, en un campo de piedras allá arriba donde más daba el viento el Coruña. En fin, que si querían hacer méritos para que odiase la asignatura, lo lograron.

Además, los deportes se me daban fatal; bueno, básicamente sólo había un deporte, evidentemente el fútbol. Si eras de los buenos, acababas siendo admirado por todos y el líder de aquella manada de 41 chavales, todos varones, que vivían por y para el deporte rey. Y si no jugabas, eras el raro, la "nenaza", el débil, etc. La verdad es que eso me marcó bastante, llegando a vivir verdaderas situaciones de lo que hoy se considera "bullying", así que mi pandilla de amigos eran los que jugaban de pena y teníamos otras cualidades más intelectuales. Aún así, llegué a formar parte de un equipo de fútbol en el colegio, adonde íbamos a entrenar los sábados por la mañana y recuerdo que en un partido marqué mi único gol oficial, no me digáis contra quien porque fue algo excepcional. 

No se promocionaban otros deportes, tal vez un poco el baloncesto, pero ni de lejos lo que suponía el fútbol. No aprendí a nadar en una piscina ni nos llevaban a ella, y que decir de otros deportes aún hoy minoritarios. Así que todo lo que significaba equipo para mí era un rechazo total, de ahí que empezase a vivir bastante de forma individual. El caso es que a mí me atraían deportes poco comunes. Una vez hubo un campeonato de ping-pong en clase y yo me apunté porque algo controlaba. Quedé tercero, con el enfado del rival que quedó 4º que protestaba diciendo "¡cómo me va a ganar él!", como si fuese el apestado, el que no tiene permitido destacar. Como podéis deducir, un caldo de cultivo fermentado para fomentar el odio, la discriminación, el "apartheid", así que a los curas de los Escolapios (¿por qué no decirlo?) les debo poco en este aspecto. Académicamente sí, funcionaba, lo que generaba también el odio de los demás, por lo que al llegar la adolescencia, al terminar 1º de BUP (y no 8º como sería lo lógico), mis padres decidieron que ya estaba bien de ir con "orejeras" por el mundo y que Alfonso al instituto público. Fue, sin duda, la decisión más acertada que tomaron respecto a mi educación en toda su responsabilidad en este campo. Y allá llega un chavalín de 14 años salido de los curas al meollo de un centro educativo de barrio periférico, con un entorno heterogéneo que iba desde familias de clase media acomodada hasta familias de clase baja con algún hijo en asuntos turbios o metido en drogas. No era inusual ver a las puertas del instituto algún "raterillo" de toda la vida ofreciéndote hachís para hacerte un porro, pero lo que más significativo fue de esos tres años fue la apertura de mente que tuve, allá por los benditos años 80. El mundo real aparecía ante mí en la época crucial de la vida, la adolescencia.

Pero volvamos al deporte, que de eso se trata. En el instituto la asignatura ya no era Gimnasia, sino Educación Física. Los profesores se preocupaban ya más de fomentar la vida sana, la realización de ejercicio constante, el descubrimiento de otros deportes. Allí jugué al bádminton, al voleibol, alguna prueba atlética... Era otro concepto, otra manera de de entender el culto al cuerpo, por decirlo de una forma clara, un sentido sano. Al acabar COU y a las puertas de empezar la Universidad, ese verano me apunté a un curso de piragüismo en un club local. La experiencia fue buena, pero no con visos de continuar en invierno por las condiciones climáticas de la ciudad y porque los estudios requerían un trabajo constante. La cuestión es que la semilla del rechazo hacia el deporte se sembró en el colegio de curas y continúa aún hoy. Pero claro, esa insistencia por parte de los medios de comunicación y la comprensión y asimilación de que el ejercicio físico es necesario para llevar una vida sana, hace que uno se plantee de todo, desde ir al gimnasio a ir a nadar o simplemente caminar.

Caminar sí, mucho, de ahí a pocos años hice el Camino de Santiago en verano desde Borce (Francia) hasta Compostela en la experiencia más positiva que tuve en mi vida, junto a la de ser padre. Coincidir o no con gente que tiene el deporte como una faceta de su vida, también te motiva, así que luego llegó la etapa de la natación, cuando estaba destinado en Tapia de Casariego y abrieron la piscina municipal de Ribadeo. Allá iba un par de días a la semana, incluso me apunté a un curso de perfeccionamiento porque yo ya sabía nadar, después de unas vacaciones en Mallorca donde aprendías sí o sí. Pero un secreto, confesable: jamás aprendí a tirarme de cabeza y es una de las cosas que intento año tras año y me encantaría hacerlo bien.

El caso es que uno también es torpe, no tiene los movimientos corporales muy interiorizados, pero las experiencias deportivas continuaron. La piscina continuó, hubo también alguna escaramuza en algún gimnasio, pero todo fracasaba por una causas u otras. En la piscina me dio un herpes interno parece ser que por el cloro del agua; en el gimnasio tuve una sobrecarga muscular en el deltoides que me hizo dejarlo... así que asumí que lo mío tendría que ser caminar, que a fin de cuentas era lo que mejor se me daba. Llegué a apuntarme a tai-chi y también lo tuve que dejar porque las vértebras lumbares y del sacro acabaron creándome un dolor infernal en esa parte del tórax. Cuando regresé a Coruña en 2007 nos hicimos el abono familiar en un centro deportivo municipal, así que alterné piscina de nuevo con actividades dirigidas ("step") pero de nuevo un stop por problemas físicos.

Total, que marcho a Holanda y allí la bici suplanta a todo y bueno, era un aliciente. Al volver y después de pasar un año en el que sólo andar no servía para reducir la grasa que ves que se acumula en la parte baja del tórax (es decir, "barriguiña" que decimos por aquí), hay que dar el paso y volver al gimnasio. Y en esas estoy: dos días a la semana con ejercicios cardiovasculares y de tono muscular, asesorado por monitores. 

Ni que decir tiene que no voy con ganas, pero me obligo a ir. No es mi vida ni me divierte ni nada por el estilo. Además, en este megagimnasio te encuentras con gente que debe vivir allí por la musculatura que tienen, los ríos de sudor que echan en las bicicletas estáticas o en las cintas de correr. Hay momentos en que tu ego se derrumba porque tu barriga sigue ahí y a tu lado entrena un "cachas" empapado en sudor que está pletórico. Coincides con gente del barrio, con algún familiar o amigo y bueno, pasas una hora y media ejercitándote para poder mirarte al espejo y verte bien y contento contigo mismo. Sí que es verdad que te sientes mejor, pero pereza da mucha y si aún encima no ves resultados a corto plazo, a mí me agobia un poco.  Pero bueno, todo sea por el bienestar, la buena forma y un poco por la imagen, en esta sociedad donde todavía la obesidad o los "kilos de más" siguen siendo un estigma, siempre tiene más fácil la relación social el/la que tiene buena imagen y buen tipo, aunque sin pasarse. Yo he visto gente en el gimnasio o que les falta poco para poder definirse como deformes. Todo es malo si te pasas, así que en eso también la medida justa.

Pues nada, que os iré contando cosas del gimnasio, con algunas máquinas parece que hay que hacer un master para entenderlas, pero no puedo negar que me benefician cuando me haga de nuevo un análisis ya os diré si me bajó el colesterol. Saludos




3 comentarios:

  1. Tengo pendiente un Camino de Santiago...

    Algún día... Algún día...

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  3. Bufff... yo también tengo un traumazo con la gimnasia que ahora no corro ni para coger el autoús, y eso empieza a notarse. Qué terror ese potro que había que saltar sí o sí, viendo con pánico como la cola se iba vaciando de niños y cada vez quedaba menos para tu turno. Algún diente que otro me rompí es estos bretes que no tenía ni idea de cómo afrontar. Vaya mierda de tortura en vez de enseñarnos, por ejemplo, a comer bien o a caminar con una postura correcta, que sí que sería educación física, digo yo.

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